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Ayer tuve una crisis con mi hija en la piscina. Lo comparto porque sé que algunos de mis alumnos/as son monitores o entrenadores de natación, y les puede venir bien o les hará gracia. También es un buen ejemplo de cuestiones relacionadas con el apego que estamos trabajando ahora.
El caso es que llevamos dos semanas, desde que estamos en Noviembre en crisis. Yara cambio en octubre de la clase de niños de tres años, a la clase de cuatro años. Al principio lo llevó bien. Sobre todo porque aunque la exigencia técnica y física es mayor, estaba sola o acompañada por otra niña. Y ahí estaban ellas muy bien, haciendo sus largos (pequeñitos todo hay que decirlo). La variedad de actividades y juegos que hacen está muy bien, por lo poco que he visto.
En noviembre cambió la situación. De dos personas pasaron a 7 y con variedad de edades. Hay varios de cinco años, aparte de personas de cuatro años y diversidad en meses. Los meses se notan en estas edades, los años más todavía. Pero los grupos a partir de cuatro años se hacen por nivel, no por edad.
Y ahí está mi hija, a quien la semana pasada, consideró que prefería no hacer algún que otro largo de espaldas cogida a un flotador, y también consideró que prefería no saltar como el resto. La entrenadora que tienen en este nivel (no la llamaré profesora) estuvo hablando con ella, con poco éxito y decidió cogerla y tirarla al agua sin más. Que conste que a mi eso no me parece mal. Tiene que quedar claro quién decide en ese contexto, que los límites estén claros me parece bien. Y yo en estas situaciones apoyo siempre al responsable. Mi hija no pensaba igual, "no me gusta esta profe... prefiero a X y a Y (profesoras de su colegio con las que la compara)".
El problema es que de no gustarme esta profe pasamos ayer martes a no me gusta la piscina. Un salto con más implicaciones. Pese a esa declaración, como siempre los últimos dos años, nos fuimos a la piscina cuando se acercaba su hora. Y ella se iba poniendo más tensa. Y en el vestuario ya se puso la cosa más fea, porque se negaba a cambiarse, explicitando incluso gritando que ella no quería nadar. Desde luego lo comparaba con nadar en el mar (y conmigo) porque allí hay cangrejos, peces y el abu Papo (algo que no viene a cuento, pero eso de comparar contribuye a ver algo aún peor de lo que es). Aunque yo estaba tranquilo y trataba de argumentar, no había manera. Traté de distraerla, de que se fijara en sus dos amigos (que están en otra parte de la piscina, son un año mayores y tienen también más nivel) pero ni con esas. Fuimos a mirar cómo nadaban, vimos que eran menos y hoy seguro que estaría todo mejor, pero ni por esas. Normalmente la puedo distraer o convencer, pero ayer no. Entonces se me ocurrió que lo mejor era hablar con la entrenadora, que seguro que servía. Se lo propuse y le pareció bien. Y allá nos fuimos.
Nos encontramos con otro entrenador que nunca ha estado con ella, pero que les suele acompañar en la salida y la entrada. Se nota que se llevan bien. Le comento que parece que hoy no le apetece nadar. Se acerca y bromea y juega con ella, le va tocando con el índice diciendo "tic tic tic" `puedo estar así todo el día, ¿qué te pasa?" Le arranca una sonrisa, pero poco más. Podría haber sido suficiente. Le pregunto si podemos hablar con su entrenadora, y dice que va a por ella. Aunque le noto cierta vacilación (interpetaciones mías). Al rato... llega la profesora, con cierta cara de sorpresa. Imagino que la situación no es muy habitual (que un padre pesado vaya con su hija a hablar con ella).
***
- Hola, sólo quería hablar contigo, porque parece que Y. está teniendo dificultades últimamente. Me parece que desde que son tantos en su calle, lo lleva peor.
- Ya, es que ahora son muchos más.
- Qué te parece, Y., ¿nos cambiamos?, hoy sois menos y seguro que os lo pasáis mejor.
(Yara no parece que piense igual)
- Sólo quería saber qué te parecía, porque es raro que no quiera nadar. Es la primera vez en dos años que no lo hace. ¿Qué te parece? ¿cómo lo ves?
- Ya, es que es mi manera de entrenar, yo lo hago así y no puedo detenerme con cada niño.
-No, si me parece muy bien cómo lo haces, pero hay diferencia de edad entre ellos...
-No, no tanta.
-Alguno creo que tiene cinco años o más..
-Bueno sí, pero por eso, no hay mucha diferencia.
-Ah... bueno, pues nada. Y., ¿qué te parece?
- Yo quiero ir a casa (Y.)
***
Ya sé que no estuve muy inspirado. Creo que me afectó la poca disponibilidad que noté en la entrenadora. Al fin y al cabo, mi hija es una más, claro, y desde luego se tiene que adaptar a su estilo, que es el que es. Lo que pasa es que hablamos de alguien con 4 años y que desde luego ya sabe lo que quiere y lo que no. Y la sesión puede ser muy buena técnicamente, pero el tipo de conexión es también instrumental. No tiene por qué ser de otra manera y mi hija tiene que aprender adaptarse a situaciones difíciles. No todo te tiene que gustar, no todo el mundo se tiene por qué preocupar por ti. Es una situación importante para adaptarse y aprender. Y trataré que mi hija lo haga, y convencerla de que si no va a nadar, está muy bien, pero que eso también tiene consecuencias. Por ejemplo, a mi no me molesta que no le guste nadar, me molesta que no pruebe o que no lo intente. Si seguimos así algunos días más, ya veremos qué hacemos. Mi pronóstico es que se adaptará, encontrará algo bueno entre sus compañeros, o con la entrenadora, o será la actividad en sí. Quién sabe. Tal vez no, no lo aguante y no vayamos más, o cambiemos de grupo. No es algo grave. Pero es un buen ejemplo de qué importante es cuidar las relaciones, especialmente a estas edades tan tempranas. Aunque quien sabe, tal vez forme parte de una socialización temprana competitiva basada en ideales espartanos (ironía on).
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